Hay días en que la comida se le atragantaba. Y aquel lunes fue uno de esos…
La comida se quedaba ahí, en la garganta, luchando con las lágrimas que, victoriosas, lo inundaban todo.
Quizás una reacción del cuerpo a la evidencia que se cernía sobre ella y había querido evitar ver, ese final de lo que no comenzó, ese no ser para alguien que sin pretenderlo le gustaba, esos intentos infructuosos de intentar ser sin alcanzarlo…
Llevaba días intentando tragar y digerir el mal regusto que dejaba saber que se enfrentaba al final. A la nada. Al final definitivo.
Ése que había rehuído en varias ocasiones pero que le seguía persiguiendo.
Y cada día que intentaba no enfrentarse a él era un alivio. Porque volvía la ilusión, algo que le hacía que se removiera algo en su interior.
Pero cuando la cruda realidad se cernía sobre ella acababa doliéndole todo. Y entonces era cuando la tristeza se hacía dueña de ella.
Y solo podía preguntarse cuándo terminaría todo aquello y cómo lo asumiría…
