De intentar conocerse, de querer y no poder, de saber cómo es quien tienes enfrente, de jugar a ser el más en cualquier aspecto para conquistar, de arrancar sonrisas y rascar en lo más hondo de esa persona para conocerla…
De compartir los días buenos y los malos. De mostrar las cicatrices, los tatuajes en la piel que no se hacen con agujas…
De indagar en el otro y en lo que desea. En lo que el gusta, lo que le detesta, con lo que sueña y lo que es una terrible pesadilla…
De reír hasta que te duela el estómago. De buscar las cosquillas, literalmente, a esa persona. De inventar una jerga propia…
De ofrecer tu hombro para llorar, tu ser para escuchar y tu disponibilidad para estar en los peores momentos, porque será cuando merezcas estar en los mejores, compartir cada pequeño detalle…
De quedadas. Con el café en la mano para sumergirte en cada una de las historias de esa persona, hasta los encuentros en la oscuridad con ésta como aliada para recorrer su cuerpo y sentir que te recorren…
De pasión, de placer. De arrebatos en los que sobra hasta la piel.
De pequeños desencuentros que se alivian al minuto, de peleas que te hacen aprender del otro…
De pedir sin recibir y recibiendo más de lo que pediste. Que no te concedan en el momento pero te compensen…
De pequeñas mentirijillas y de fingir que no te das cuenta de algo para no estropear el momento. De comerte la cabeza sin entender por qué…
De imprimir paciencia y pedir aún más. De preguntas sin medida, aún sabiendo que no te dirán o que no querrás saber.
De dulces sueños apoyados el uno en el otro a la orilla del mar, de canciones compartidas y experiencias aprendidas.
De rascar hasta que duela, de aprender de los buenos momentos y aliviar los malos.
De contar sus lunares y seducirle. De pretender volcar un ramillete de piropos hacía él y recibir algún que otro de vuelta.
De pequeños detalles que ni siquiera percibas…
De todo eso y más…pero poco a poco. Con esa paciencia que te enseña a saborear los momentos…
Te preguntas cuán caprichosa puede ser la vida, que te pone en el camino a personas desconocidas que se vuelven necesarias. Para luego alejarlas de nuevo…
Como quien te pone un caramelo a punto de morder y te lo quita al instante, cuando ha llegado a tus sentidos…
Desconocidos que no sabes de dónde vienen y qué quieren pero que quieres conservar. De manera especial.
Porque, sin saber cómo, un día sin hablar es una eternidad; un día sin preguntar un qué tal es un paso atrás; un día sin curiosear es desaparecer poco a poco; un día sin conocerle es tiempo perdido; un día añoras su piel con la tuya; un día quieres sentir su sabor, ver sus ojos, tocarle y abrazarle…
Pero no siempre esos desconocidos se quedan, no siempre esos desconocidos dan…
Desconocidos que no sabes cuándo llegan ni cuándo se van (Internet)
En las últimas semanas había pensado demasiadas veces en la opción de huir.
Huir de aquello que no le convenía y donde se había metido hasta las rodillas, como un niño cuando se acerca a un charco, sin medir las consecuencias.
Pensando quizás en que él se cansaría antes que después y ella lamería sus heridas.
Pero aún se veía metida en aquello que no sabía a dónde le conducía, porque era complicado, por no decir imposible, arrancar alguna pista a su interlocutor, por tanto no había guía alguna, sino oscuridad. Esa oscuridad que no le permitía poder dar sus pasos con soltura, con firmeza.
Y a la vez que quería huir no sabía cómo desprenderse de aquello que había ido recolectando por el camino, aquellos sentimientos de los que era complicado deshacerse sin más. Porque le gustaba, y no sabía el camino que llevaba aquello, pero quería averiguarlo, de su mano, a su lado…
Y una vez más se quedó con la sensación de que tenía la necesidad de huir, o tenía que hacerlo, pero sin saber cómo o sin tener la certeza de poder. O en cambio, con su actitud, ya había conseguido que fuera él quien se alejara sin anunciarlo, sin más…
Qué fácil decir ‘vete de donde no te valoren’. Y qué difícil aplicárselo a uno mismo.
Qué fácil aconsejar. Qué difícil cuando hay que tomar la decisión.
Qué difícil decidir, cuando en realidad no quieres. Pero siendo consciente de que te dejas un trocito de ti, un trocito de piel, en cada intento que haces, en cada paso que das sin obtener nada a cambio.
Lo peor es que, cuando pase el tiempo, te darás cuenta con excesiva claridad que no había nada por lo que quedarse, pero ahora no lo ves, porque te ciega cualquier pequeño indicio que dices que significa algo, cuando no es nada.
Y parece que es más fácil que te echen de ese lugar a darte cuenta de que ahí no te quieren. Es más fácil esperar, aunque te desgarras por momentos, a irte. Porque siempre queda la duda, la duda de que te valoren, de que lo estén haciendo, la duda de que seas importante…