Que tú y yo no fuimos de decirnos las cosas…
Que tú y yo no fuimos de esperarnos…
Que tú y yo no quisimos atarnos…
Que tú y yo no quisimos…
Y al final nos perdimos…
Que tú y yo…
Que tú y yo no fuimos de decirnos las cosas…
Que tú y yo no fuimos de esperarnos…
Que tú y yo no quisimos atarnos…
Que tú y yo no quisimos…
Y al final nos perdimos…
Que tú y yo…
Claro que no fue el momento. Lo sabíamos los dos, pero nos dejamos llevar.
Nos dejamos llevar por el impulso de una buena conversación, de un poquito de atención, de un ir viendo pasar los días, sin prisa pero sin pausa…
Yo, porque las circunstancias, la vorágine del día a día, la incapacidad de ser alguien con nadie por falta de tiempo ni ganas, me arrastraron hacia ti. Y tú, porque lo que tenías en casa no te llenaba, aunque lo negaras, aunque te aferraras a ella como si fuera la última mujer que fuera a querer estar contigo.
Pero no cuajó. Y lo sabíamos desde el minuto uno. Pero no quisimos enterarnos, preferimos hacer oídos sordos y seguir. Y llegó un momento en que nada de eso tuvo sentido. Pero lo sabíamos, y es que no fue el momento, claro que no…
Hay quien está acostumbrado al «prometo que…» para nunca cumplir.
Promesas llenas de ilusiones y vacías de contenido y realidad. Promesas que, llega un momento, que no crees más, porque te cansa ser tan ilusa…
Promesas que dicen poco de quien las utiliza tan asiduamente sin remordimiento alguno.