Había imaginado su mano recorriendo mi cuerpo, pero nada fue tan certero como cuando ocurrió. Porque ocurrió.
Solo había sentido su mano recorriendo mi cuello, en algún gesto amistoso, pero no como había esperado y demasiadas menos veces de las que hubiera deseado. Y pasó.
Pasó que de repente sentí su boca cerca de la mía, rozando mis labios de forma suave y pausada, con ganas y pasión, pero como nunca antes habían besado mis labios.
Mientras, su mano recorrió mi cintura, y un calor irrefrenable subió desde mi bajo vientre hasta mi pecho, y estuve a punto de perder el aliento. Una mano que terminó en mi trasero, mientras una de las mías buscaban bajo su camiseta tocar su torso. Torso perfectamente cuidado, el lugar donde tenía claro que quería descansar. Pero antes tenía mucho que explorar.
Exploré su cuello, con un suave recorrido con mi lengua, hasta llegar al lóbulo de su oreja. Y ahí me entretuve hasta oirlo gemir. Gemir de placer, de deseo. No pude resistirme, y ante esa respuesta agradecida, mis manos intentaron deshacerse de su camiseta, hasta dejar su pecho desnudo ante mí. Y al poco, la mía también terminó por el suelo, mientras exploraba mi pecho, una vez más con deseo.
No pude parar de besar su pecho, mientras tocaba aquel cuerpo que tantas veces había imaginado. Y quise continuar, continuar ahí, jugando con él mientras no podía dejar de mirar sus ojos, ojos pícaros que ahora estaban demasiado cerca y no lejos como hasta hacía unos días. Ojos que irradiaban fogosidad, ojos que ahora sabía leer y que antes me habían confundido en muchas ocasiones en que los había buscado.
Ahora podía decir que lo tenía justo donde lo quería, en mis brazos, jugando conmigo y dejando que quedara prendada con cada paso que dábamos.
Antes de poder pensar en cuál sería mi siguiente pasó sentí que se despojaba de mi falda, que desapareció en el suelo. Me pilló por la cintura, y di un brinco hacía la suya, rodeándolo con mis piernas, apretando con fuerza para que no escapara nunca de mi lado.
Hice todo lo posible porque parara en mi cuello, donde me encantaba recibir caricias y besos, besos pasionales.
Y antes de lo esperado, me vi tumbada en la cama, con sus labios en mi vientre, bajando poco a poco por mi cuerpo, mi cintura, mis muslos y mis piernas, para volver a subir. Así estuvimos un rato hasta que el deseo hizo que en un arrebato fuera yo quien tomara las riendas e intentara zafarme de sus pantalones.
El próximo objetivo, tras un largo, divertido y silencioso juego de besos, caricias y pequeños mordiscos, fue hacer que fuera mío y yo suya. El deseo se perdió entre las sábanas, y mi cordura se fue de la habitación, haciendo que me volviera loca, como sentí que yo lo volví a él.
Fue de esos momentos en que sientes que cuadras con alguien, que esas miradas y ese tonteo que había notado en el aire no había sido solo un espejismo, sino algo que habíamos conseguido llevar a la intimidad y hacer que se convirtiera en una experiencia magnífica. Una experiencia que quisimos repetir, porque nuestros cuerpos se llamaban, se entendían, se gustaban y formaban un buen tándem. Y fuera de esa intimidad, conseguimos reir juntos, que las bromas nos llevaran a la complicidad y todo aquello fuera prácticamente ideal…
