No empezamos con buen pie. De hecho, nos odiamos a primera vista.
Así fue ese primer encuentro, que no mejoró en los siguientes días.
Pero a base de malas caras y miradas que matan, fue como tuvimos que convivir durante semanas.
Hasta que un día él, con mucha mano izquierda, se atrevió a invitarme a café, para intentar terminar en una tregua. Yo accedí, porque en el fondo quería no tener enemigos en aquel lugar.
Y a partir de ahí se fue fraguando una extraña compenetración entre nosotros que hizo que no quisiéramos dejar de mirarnos a los ojos nunca más…
