Nunca supo cómo canalizar su rabia. De hecho, nunca le ha había hecho falta sacarla fuera, porque no había llegado al límite de tener que verse obligad a ello.
Pero aquella situación, aquel día, todo le vino grande, y no supo cómo hacer para expulsar lo que le corroía. No supo si gritar, llorar, reír. En cambio, se vio con el puño dolorido y un golpe en la pared, un golpe que cada día le recordaría que no había medido su rabia y la había canalizado de la peor manera que habría esperado, con la fuerza.

Pero no pudo contenerse. Le dolían las cosas que pasaban y le dolía no hacer nada. Porque era consciente de lo que ocurría, pero se vio inmóvil, sin saber qué hacer, hasta que su reacción fue la última que esperaba de sí misma…