Me puse mi mejor sonrisa y me largué a verte. Porque aquel día estaba especialmente ilusionada, contigo, con el mundo y con mi vida.
Y cuando llegué a aquel parque que se había convertido en nuestro confidente, supe que mi mejor sonrisa siempre la provocabas tú. Sabía que me acercaba a ti con cara de tonta, pero me dio igual, porque supe, quizás desde el primer día, que no me fallarías y siempre intentarías no apagar mi sonrisa.

Así que me decidí a llegar a ti corriendo, porque la impaciencia pudo conmigo, y ahí estabas tú, con una amplia sonrisa tímida en la boca, esperándome.
Y nos fundimos en un abrazo, con nuestras mejores sonrisas por bandera…