Se había llevado media vida a la defensiva, sin mostrar a los demás más que lo justo y necesario…
Hasta que llegó alguien dispuesto a derribar ese muro con todas las armas a su alcance…
Y entonces ella se dejó vencer…

Se había llevado media vida a la defensiva, sin mostrar a los demás más que lo justo y necesario…
Hasta que llegó alguien dispuesto a derribar ese muro con todas las armas a su alcance…
Y entonces ella se dejó vencer…
A veces, a mí últimamente más de la cuenta, te gustaría gritar, decirle al mundo que no eres tonta…
Pero te callas, y llega un día en que todo eso te sobrepasa…
Por eso, aconsejo gritar más a menudo, descolocar al mundo y dejar el tuyo, el interior, en paz…
Porque sienta muy bien exprimirse, vaciarse y comenzar de nuevo a llenar el vaso…
De cuando tú y yo éramos uno…
De cuando tú y yo éramos vida…
De cuando tú y yo éramos disfrute…
Pero también de cuando tú y yo fuimos historia…
Rió y lloró casi a partes iguales.
Se cabreó con el mundo, pensó en lo bueno y en lo malo.
Evaluó qué pasaba por su cabeza.
Se permitió un momento para estar triste, pero al final volvió a sonreír, porque era su mejor arma en todo momento.
Solo eso. Fundirme en tus brazos y en tus abrazos.
Hacerme pequeñita a tu lado, y convertirme en parte de ti.
Mirarte a los ojos y verme reflejada en ellos.
Besarte en los labios y charlar un rato.
Nada más. Solo eso.
Aunque quizás me pudiera acostumbrar a ese ritual un día, y otro, y otro.
Toco tu piel y me estremezco.
Rozo tus labios y tengo cada vez más ganas de ti.
Muerdo el lóbulo de tu oreja para causarte placer.
Recorro todo tu cuerpo con mi dedo…
Y lo haría una y otra vez, una y otra, una y otra vez…
Avergonzada dejé que avanzaras por mi ropa, dejándola a un lado.
Pero sin dejar mi pudor aparcado.
Porque sentirme desnuda y observada me creó cierta vergüenza.
Pero me pudo el deseo de sentirte, y que me sintieras, recorrer tu cuerpo, tomar tu cara entre mis manos y que hicieras lo mismo conmigo…
Pero saber que tus ojos me recorrían y escrutaban cada centímetro de mi cuerpo, de mi piel, me hizo ruborizarme, y sentirme aún más avergonzada. Menos a la altura de las circunstancias.
Pero de poco sirve el velo de la vergüenza cuando el deseo llama a tu puerta, aunque esa sensación no desaparezca, siempre te acompaña.
Me he aferrado a tu olor, porque no sé cuándo volverás, cuándo volveré a verte. Si es que llegas a volver…
Por eso me he obstinado mucho en que tu olor, que se ha quedado impregnado en cada rincón de la estancia que hemos compartido, siga conmigo. Y por qué no, en mi piel.
Siento cierta envidia de ti, que no solo tienes lo que deseo, sino que además despiertas las miradas de los desconocidos, los que me gustaría que se fijaran en mí. Por capricho, por placer…
Y es que a nadie amarga un dulce. Me gustaría sentirme reflejada en la mirada de cualquier extraño, y que alguien me esperara ansioso al llegar a casa. Por desear que no quede…
Veo que eres todo lo contrario a mí. Tú gustas y yo soy insignificante, por no decir invisible, y me siento ridícula, porque por muchos esfuerzos que haga, dudo que en algún momento esté a la altura.
No te culpo, pero me da rabia ser tan poco a tu lado, no tener nada con qué sorprender.
Aquella ciudad me pareció tan grande y tan pequeña por momentos…
Porque te busqué mucho, con la mirada y con mis sentidos, y nunca te encontré.
Anhelaba coincidir contigo por la calle, pero parece que aquel lugar en el que vivíamos era demasiado grande para esa mera coincidencia.
Y sabía que, cuando no quisiera mirarte a los ojos, y que tú no buscaras los míos, entonces aquel lugar sería tan pequeño que estaríamos condenados a encontrarnos…