Aquel día me hiciste sonreír y supe que no me querría ir a ningún lugar.
Por mucho que me animaras a volar, por mucho que insistieras en que tomara otro camino…
Que quisieras que buscara alguien mejor…porque tu don para hacerme reir me ganó…

Aquel día me hiciste sonreír y supe que no me querría ir a ningún lugar.
Por mucho que me animaras a volar, por mucho que insistieras en que tomara otro camino…
Que quisieras que buscara alguien mejor…porque tu don para hacerme reir me ganó…

Tu estúpida y engreida actitud dolió. Pero ya no.
Porque los mentirosos no tienen cabida en la vida de alguien como yo. Y tu problema fue no decir la verdad nunca, ni poniéndola delante de tus narices.

Has preferido contar mentiras, una tras otra, a decir la verdad. Si el resultado era el mismo, que no te importaba quien preguntaba, qué más te daba decir la verdad.
Pero no. Preferiste seguir mintiendo y provocando malestar y dolor en mi. Hasta que ya no dolió más.
Si tú no cuentas la verdad yo la formaré, pieza a pieza, por ti.
Tenerte de forma reiterada en mis sueños, noche sí, noche también, no te hacía más cercano.
Cada amanecer sentía frustración porque no despertaba contigo, y eso te hacía aún más inalcanzable. Frustración que se tornó en un sentimiento de desasosiego al que no supe poner nombre y mucho menos cambiar, tornarlo en alegría y perserverancia.

Tan cerca de ti de noche, cuando Morfeo venía a visitarme, y tan lejos al amanecer, con el sol encumbrando el cielo…Tan cariñoso en mis sueños, cada noche, en que rememoraba nuestros planes, y tan lejos cuando el frío de la mañana calaba mis huesos…
La paz llegó a mi vida cuando dejé de pensarte. Cuando saliste de mi cabeza y nunca más volviste a protagonizar mis días y mis noches.
Ese sentimiento fue pleno en mi vida cuando ya no te puse como una preferencia en mi vida, sino como un pensamiento ocasional y residual que quedó en el pasado.

Y la paz llegó sola, sin buscarla, sin pensarla, sin más. Y la calma vino solapada a esa paz que tanto anhelaba y tanto deseaba. Porque todo llega…
No esperes más de mí, porque si no recibo llega un momento en que no doy más de mí, porque no me apetece, porque no es justo…
No esperes que vuelva a insistirte, porque si no me quieres ver no lo harás…
No esperes que me preocupe por ti, por tus miedos, tus dudas, tus problemas, porque los míos no te han importado…
No esperes que crea en que todo lo que te ocurre es responsabilidad de los demás, porque meterse en la boca del lobo no es problema de ellos, sino tuyo…
No esperes que me gire al verte, porque llega un momento en que serás invisible…
No esperes que me deshaga en atenciones cuando yo no he recibido ni siquiera las migajas…

No esperes que siga ilusionada, porque lo poco que he reclamado de ti no ha llegado en ningún momento…
No esperes que sea tan ingenua de no ver todo aquello que atraes hacia ti, a pesar de que duela, porque no puedo cerrar los ojos…
No esperes, porque no estoy dispuesta a que me ignores, a que me tomes por tonta, a que aproveches la bondad de mi mano tendida…
Cuando te cansas no hay vuelta atrás. Por lo menos no en mi caso. Tengo largo recorrido, hasta que mi mente da un vuelco y ya no atiendo a razones.
A veces sientes que has sido utilizada y tú en cambio has dado una parte de ti. No sé implicarme a medias, o me doy entera, o no lo hago.

Y cuando me retiro, también lo hago al completo. Sin medias tintas y sin medida. Porque no tengo capacidad de retirarme poco a poco.
Por eso, a ti, te aviso, cuando tengas al lado a alguien como yo, o tenla en cuenta al completo, o pasa de largo, porque a medias no, porque para utilizar no, porque para dar migajas no…
Había imaginado su mano recorriendo mi cuerpo, pero nada fue tan certero como cuando ocurrió. Porque ocurrió.
Solo había sentido su mano recorriendo mi cuello, en algún gesto amistoso, pero no como había esperado y demasiadas menos veces de las que hubiera deseado. Y pasó.
Pasó que de repente sentí su boca cerca de la mía, rozando mis labios de forma suave y pausada, con ganas y pasión, pero como nunca antes habían besado mis labios.
Mientras, su mano recorrió mi cintura, y un calor irrefrenable subió desde mi bajo vientre hasta mi pecho, y estuve a punto de perder el aliento. Una mano que terminó en mi trasero, mientras una de las mías buscaban bajo su camiseta tocar su torso. Torso perfectamente cuidado, el lugar donde tenía claro que quería descansar. Pero antes tenía mucho que explorar.
Exploré su cuello, con un suave recorrido con mi lengua, hasta llegar al lóbulo de su oreja. Y ahí me entretuve hasta oirlo gemir. Gemir de placer, de deseo. No pude resistirme, y ante esa respuesta agradecida, mis manos intentaron deshacerse de su camiseta, hasta dejar su pecho desnudo ante mí. Y al poco, la mía también terminó por el suelo, mientras exploraba mi pecho, una vez más con deseo.
No pude parar de besar su pecho, mientras tocaba aquel cuerpo que tantas veces había imaginado. Y quise continuar, continuar ahí, jugando con él mientras no podía dejar de mirar sus ojos, ojos pícaros que ahora estaban demasiado cerca y no lejos como hasta hacía unos días. Ojos que irradiaban fogosidad, ojos que ahora sabía leer y que antes me habían confundido en muchas ocasiones en que los había buscado.
Ahora podía decir que lo tenía justo donde lo quería, en mis brazos, jugando conmigo y dejando que quedara prendada con cada paso que dábamos.
Antes de poder pensar en cuál sería mi siguiente pasó sentí que se despojaba de mi falda, que desapareció en el suelo. Me pilló por la cintura, y di un brinco hacía la suya, rodeándolo con mis piernas, apretando con fuerza para que no escapara nunca de mi lado.
Hice todo lo posible porque parara en mi cuello, donde me encantaba recibir caricias y besos, besos pasionales.
Y antes de lo esperado, me vi tumbada en la cama, con sus labios en mi vientre, bajando poco a poco por mi cuerpo, mi cintura, mis muslos y mis piernas, para volver a subir. Así estuvimos un rato hasta que el deseo hizo que en un arrebato fuera yo quien tomara las riendas e intentara zafarme de sus pantalones.
El próximo objetivo, tras un largo, divertido y silencioso juego de besos, caricias y pequeños mordiscos, fue hacer que fuera mío y yo suya. El deseo se perdió entre las sábanas, y mi cordura se fue de la habitación, haciendo que me volviera loca, como sentí que yo lo volví a él.
Fue de esos momentos en que sientes que cuadras con alguien, que esas miradas y ese tonteo que había notado en el aire no había sido solo un espejismo, sino algo que habíamos conseguido llevar a la intimidad y hacer que se convirtiera en una experiencia magnífica. Una experiencia que quisimos repetir, porque nuestros cuerpos se llamaban, se entendían, se gustaban y formaban un buen tándem. Y fuera de esa intimidad, conseguimos reir juntos, que las bromas nos llevaran a la complicidad y todo aquello fuera prácticamente ideal…

Algunas veces, en mi caso muchas, hacemos castillos en el aire. Yo, demasiadas veces.
Soy una soñadora con los ojos abiertos que enseguida se pone a imaginar cosas, a hacer esos castillos en el aire con alguien, con nadie…Y después caigo con más fuerza porque al final lo que imagino no es como lo esperé…

Y también me pregunto si algún día habrá alguien dispuesto a soñar despierto a mi lado, a terminar esos castillos en el aire que suelo montarme y no soy capaz de parar, porque cuando me doy cuenta, estoy perdida en mi mundo, despierta, pensando en todo lo que podría ser..y nunca es…
Vio a aquel chico por casualidad. Mientras iba por la zona alta de la ciudad vio a ese chico caminando, solo, por una de las calles del barrio.
Y los siguientes días se pasó buscándolo, como si fuera a estar esperándola entre la gente, en la calle. Quiso darse una vuelta por el barrio, que no conocía en exceso, por si encontraba a aquel muchacho que la dejó prendada aquel día.
No se reconocía, porque nunca había buscado a un extraño como si de alguien conocido se tratase. No sabía dónde vivía, si quiera si aquella era su zona o solo estaba de paso como ella cuando lo vio, y aquel barrio era demasiado grande.
Quiso describírselo a quien conocía por allí, preguntar si lo habían visto, si les sonaba, si estaba en lo cierto o solo había sido una alucinación. Pero en cambio pensó que era mala idea hablar de un extraño a su amiga, porque podía pensar que estaba loca. Ella ya lo pensaba de sí misma solo con la idea de pensar en un extraño, que le robaba el sueño y en el que pensaba día y noche.

Por eso prefirió callarse, pero en cambio no fue capaz de quitar de sus pensamientos aquel cuerpo atlético y alto que se había encontrado hacía ya días caminando tranquilamente. No olvidó aquel pelo corto pero de corte presumido y moreno. Aquellos músculos que, sin ser excesivos, sobresalían de su camiseta, y aquel color aceituna de su piel.
Pero ¿cómo encontrarlo?
Su mirada prendió su deseo y quiso ahondar en ella aún más. Porque hacia tiempo que no veía una mirada tan transparente, divertida y sincera.
Por eso no tuvo recelo ni sintió vergüenza por permanecer ahí, mirándolo, mientras se divertía interpretando aquello que le transmitía.

Pero hubo una décima de segundo en que le dio por pensar que su mirada en realidad no la estaba viendo a ella, sino a otra persona que no estaba presente pero sí cercana a su ser. Por eso comprendió que era mejor no ilusionarse con esos ojos claros que tanto le habían transmitido.